En esta ocasión, el bailaor se centra en su relación con las mujeres -su madre, sus
amantes, sus amigas-, en ese territorio límite en el que la sentimentalidad convive con la
sensualidad pero supera ambas temperaturas vitales, hasta encontrar un puente entre
géneros y sexos al que solemos llamar persona. Se trata de una tensión sin traumas, de
un combate interior, sin excesivos daños colaterales, más allá de la pasión y del
compromiso con su propia querencia masculina.
Ese es, en líneas generales, su pretexto, el de hacer de la guerra un arte. Sin embargo, su
mejor ejército es él mismo, escoltado por el cante de Anabel Rivera, Samara Montáñez
o May Fernández, pero con una munición musical de primera, la que aportan las
guitarras de Javier Ibáñez y Juan José Alba, autores también de nuevas falsetas para un
conjunto de armonías populares que presentan un larguísimo abanico de estilos: desde
una saeta inicial a los cuplés de despedida, atravesando un amplio desfiladero de
malagueñas, fandangos, rondeñas, granaínas, verdiales, bulerías por soleá, polos, nanas,
seguiriyas, serranas, tangos, zambras y alegrías. Toda una antología interpretada con
acento propio por un Guerrero vestido por Tere Torres. Esta nueva propuesta marcará,
sin duda, un antes y un después en su trayectoria. Y, a su vez, se convierte en una
alegoría de su propia concepción del mundo y del espectáculo, con un claro vencedor de
esta epopeya: el baile flamenco.
Juan José Téllez